Trasgos,
brownies, kobolds… Con un nombre u otro, estas criaturas fantásticas están
presentes en prácticamente todas las culturas del mundo.
El
origen de las creencias en los espíritus domésticos se pierde en la noche de
los tiempos. Se sabe, por ejemplo, que en la antigua Roma se rendía culto a los
penates, unos espíritus encargados de la custodia del hogar a los que se
invocaba y ofrecían sacrificios.
En
general, estos geniecillos son entidades vinculadas a la naturaleza o el mundo
mágico, capaces tanto de otorgar favores como de causar todo tipo de
incomodidades. Así, en las leyendas es habitual que los espíritus domésticos
aparezcan realizando las tareas de la casa o ayudando en los partos, pero
también perturbando el sueño de los humanos, escondiendo objetos y provocando
accidentes. En los relatos donde se les menciona a menudo se indica que, en
general, permanecen tranquilos si se les muestra respeto y se les entrega algo
a cambio de sus servicios.
En
los países eslavos, se afirmaba que los donovói, unas criaturillas peludas que
vivían cerca de la lumbre, cuidaban de la casa y los niños, pero también
causaban problemas a los vecinos. Del mismo modo, la mitología báltica cita a
los aitvaras, unos seres parecidos a gallos con colas ardientes que aportan oro
y alimento a la familia. El problema es que
suelen robárselos a los vecinos.
A
los kobolds, unos duendecillos del
folclore alemán, también les
gustan las chimeneas. Encuentran cosas y mantienen a raya las plagas,
pero si no se les alimenta, pueden gafar la vivienda. Los brownies, típicos de
Escocia e Inglaterra, hacen diversas labores a cambio de miel y gachas, pero
son orgullosos, y pueden dejar la casa si creen que lo que reciben es una
especie de pago. Las bean tighe, del folclore irlandés, se hacen cargo de las
tareas domésticas y cuidan de los niños y las mascotas. Solo piden por ello un
plato de fresas.
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En
distintas zonas de España, también existen los espíritus domésticos. En el
folclore asturleonés se menciona, por ejemplo, a unos trasgos reconocibles por
el agujero que lucen en su mano izquierda. Si están de buenas, ayudan en casa,
pero suelen ser muy traviesos, y prefieren armar jaleo por las noches, y
esconder y romper cosas.
Los
antropólogos suelen coincidir en que estas tradiciones están relacionadas con
el culto a los antepasados. Edward Burnett Tylor (1832-1917), uno de los padres
de la antropología social, sostenía que se trataba de un remanente de las
primeras fases del desarrollo cultural, en las que las comunidades otorgaban a
cualquier fenómeno desconocido una explicación animista.
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